SANTO HERMANO PEDRO DE SAN JOSÉ DE BETANCUR

Nacido en Tenerife, Islas Canarias (España)
Terciario franciscano, vivió en la ciudad de la Antigua Guatemala, Centro América. Primer santo guatemalteco y tinerfeño.

Entregó su vida al Señor en servicio a los pobres y enfermos. Se destacó por su caridad, humildad, penitencia, amor a la Eucaristía y a la Santísima Virgen, a los pobres, enfermos y a las almas del purgatorio.

Murió el 25 de abril, 1667 a eso de las 14:00 horas aproximadamente.

Sus restos descansan en la Iglesia de San Francisco el Grande, Antigua Guatemala.

Beatificado por el ahora Beato Juan Pablo II el 22 de junio de 1980 en la Basílica de San Pedro, Roma.

Canonizado durante la tercera visita del Su Santidad. Juan Pablo II a Guatemala (viaje pastoral
# 97), 30 de julio del 2002

Milagros del Santo Hermano Pedro

Un dia de septiembre de 1661, durante la celebración del Jubileo de las Llagas de San Francisco, se estaban quemando unos fuegos artificiales. Casualmente, cuando el Hermano Pedro entraba al Templo de San Francisco El Grande, una bomba, que cayó dentro del sombrero que él llevaba tomado con el brazo por debajo del pecho, explotó y lo dejó sin sentido. Los presentes, pensaban que había muerto y le colocaron agua bendita sobre el rostro; pero al cabo de media hora el Hermano Pedro recuperó sus sentidos y, riéndose, exclamó: "Antes que venga la muerte, reciba yo este alivio, que del dolor de mis culpas, mi corazón sea partido". Después, se fue a la Capilla del Santísimo en el mismo Templo de San Francisco, quedándose en oración hasta la mañana siguiente. Un día que iba caminando con el Hermano Eugenio, le dijo que Dios le había salvado la vida para dejar más introducido el rezo de la Corona de Nuestra Señora.

Tránsito del Santo Hermano Pedro que incluye 3 pasos: el lugar donde muere, el lugar donde se le vela y el lugar donde se le entierra.

Consciente de las dificultades que padecían los enfermos al salir de los hospitales, especialmente los forasteros y desvalidos quienes no tenían quien los ayudara o proporcionara una alimentación adecuada, el Hermano Pedro, en 1664, inició la obra y construcción del hospital de convalecientes. Al no contar con los medios y recursos suficientes, el Hermano Pedro trabajaba en esa construcción con sus propias manos acarreando en su espalda los pesados materiales, y por ese ejemplo lo imitaron muchos Hermanos más.

 

Empeñado en la construcción de ese hospital, uno de los Hermanos que le ayudaba en tan noble tarea, resbaló del andamio en que estaba subido, cayendo al vacío; dándose cuenta el Hermano Pedro de tal situación, oró al Señor y aquel dicho Hermano quedó suspendido en el aire, salvándole así la vida.

FOTOGRAFÍAS DEL PRIMER SANTO DE GUATEMALA

Había un vecino muy malo, que nunca daba algo y aún sabiéndolo, el Hermano Pedro decidió acudir a él. El hombre lo recibió fríamente y con el fin de molestarlo le dijo: Hermano, sólo tengo un mulo que ofrecerle, lléveselo si puede. Este hombre bien sabía que ese mulo era bravío, que nadie había logrado hacerlo obedecer y, menos aún, hacerlo trabajar acarreando carga, que al que se acercaba lo pateaba... y el deseo de aquel mal vecino era que el mulo de una patada tumbara al Hermano Pedro.

 

Pedro lo recibió con toda humildad y agradeció el obsequio... se acercó al animal, le puso una mano encima y lo ató con su cuerda; y ante los ojos asombrados de su anterior dueño, el animal manso y tranquilo empezó a seguirlo como un corderito, siendo desde ese día de mucha utilidad en la construcción del hospital de convalecientes, trabajando duramente. Este cuadrúpedo -si es que los animales tienen sentimientos- quiso mucho al Hermano Pedro y le fue fiel toda la vida, al extremo que cuando el Hermano Pedro murió fue admiración general para toda la ciudad que, tras el cortejo fúnebre... el animal caminara tristemente.

 

Luego, los bethlemitas concedieron la "jubilación" al cuadrúpedo, pero permaneciendo en el lugar hasta que ese animal murió de viejo. En su tumba alguien colocó un letrero:

 

“Aunque parezca un vil cuento,

aquí donde ustedes ven

yace un famoso jumento

que fue fraile del convento

de Belén. Amén”

Había llegado a Guatemala Don Rodrigo de Arias y Maldonado, un joven y acaudalado Marqués de Talamanca. En un momento se convirtió en el centro de las atenciones y de los comentarios de la sociedad de aquel tiempo. Todas las jóvenes habían puesto sus ojos en él, pero el Marqués fijó sus ojos en una mujer casada, a quien llamaban Doña Elvira.

 

Un día, aprovechando que el esposo de ella estaba de viaje, fue a visitarla. En ese momento lo interrumpieron diciéndole que unas personas lo buscaban; cuando regresó… ¡la encontró muerta!

 

Despreciando la noche tormentosa, el desconsolado Marqués corrió sin rumbo por las calles de la ciudad, cuando de repente, a la luz de un relámpago y en la propia puerta de su casa, se encontró de frente con el Hermano Pedro, que pasaba en ese momento con su campanita pidiendo oraciones por los que se hallaban en pecado mortal.

 

Mirándolo fijamente a los ojos, discerniendo todo lo que iba en su alma, el Hermano Pedro le dijo con firmeza: “Vamos, vamos a casa… que yo le prometo en nombre de Dios, el remedio que desea para que enmiende su vida”

  

Con toda sinceridad y confianza, pero entrecortadas sus palabras y nervioso el ademán, con el ansia de quien busca desahogar su corazón, el Marqués le narró al humilde Terciario todo lo sucedido, sin omitir palabra.

 

Fueron juntos al lecho donde yacía la difunta; el Hermano Pedro rezó devotamente, colocó su rosario sobre el cuerpo inerte e hizo la señal de la Cruz en la pálida frente, musitando una plegaria. Unos momentos después, el calor volvió al cuerpo y el color a las mejillas… ¡El perfilamiento de la muerte fue desapareciendo del rostro de la dama!